Es una idea que puede tener múltiples orígenes y que está muy difundida entre los padres. Pero cabe al menos hacerse una pregunta: ¿Lo que yo no tuve, es lo que mi hijo realmente necesita?
Ellos merecen ser escuchados y que atendamos sus propias necesidades, y no ser rehén de las nuestras, ya que así corremos el riesgo de entorpecer con nuestras frustraciones el desarrollo íntegro de los niños como sujetos únicos.
Ellos no vinieron a este mundo para corregir nuestra infancia, y con la idea de “darles lo que yo no tuve”, probablemente no les estamos dando nada. ¿Es tan terrible que a los niños les falte algo? La falta entendida como frustración es motor y combustible de muchas cosas.
Tal vez lo que a nuestros hijos les falte hoy sean las cosas que a nosotros nos sobraban -tiempo junto a los padres y espacios más amplios para jugar, por ejemplo-, con lo cual vemos que nuestra infancia tal vez no fue tan mala. Una forma interesante de amigarnos con nuestras experiencias frustrantes, podría consistir en no intentar satisfacerlas desde lo real a través de nuestros hijos, sino apelando a lo simbólico, es decir compartiendo nuestras experiencias pasadas a modo de historias o relatos con los cuales además, enriquecemos la identidad de los niños e inculcamos valores.
Así, cuando un niño está triste porque cree que necesita algo, en vez de salir corriendo a comprarlo, podemos acompañarlo en su frustración o enojo desde un lugar distinto al de la satisfacción compulsiva de ese pedido. De esa forma estaremos enseñándole que muchas veces las cosas no suceden como queremos.
Psic. Mariano Dicosimo