Es difícil resumir un tema tan complejo en un solo artículo, y de hecho no lo pretendo. Más bien asumo que me acercaré -un poco- a una de las tantas aristas que conforman la problemática de la violencia en la pareja.
Cuando estamos ante algún familiar, conocido o persona apreciada que sufre violencia en su pareja, solemos preguntarnos más o menos esto: ¿Porqué tolera que le hagan eso? ¿No se da cuenta que la va a terminar matando? ¿Cuál es su límite de tolerancia? ¿Porqué no lo deja?
Estas preguntas son válidas pero presentan una dificultad: están basadas únicamente en las interacciones de la pareja que corresponden a la fase más explosiva de la violencia. Lógicamente el maltrato físico, el sometimiento económico, la denigración pública son a veces tan llamativas que no nos explicamos porqué la víctima no reacciona.
Pero en rigor de verdad, todo ese compendio de manipulación y maltrato burdo es la punta del iceberg (el síntoma). Puesto que lo que realmente hace que una víctima no pueda desengancharse de su agresor, es todo el proceso previo, sutil, amable -incluso cariñoso-, a través del cual el agresor la ha convencido de ser tan pequeña y debil que no puede prescindir de él para llevar adelante su vida.
No es un proceso simple, sino que se requiere de un complejo sistema encarnado por una figura narcisista, seductora/dominante, ávida de poder y control; una figura sumisa, seducible/controlable, necesitada de protección y afecto; y un consenso o coro social cómplice que favorece con sus creencias las posturas que asumen las dos partes anteriormente mencionanadas.
Pero la violencia explícita no siempre aparece de un día para el otro, sino luego de una preparación gradual, y no siempre arremete de golpe, sino que se va implementando lenta y progresivamente.
Primero la enamora, luego la aconseja, la convence de alejarse de las personas que podrían protegerla, la aisla, la desanima ante cualquier posibilidad de crecimiento personal, la «ayuda» administrando sus ingresos. Y así se enganchan un eslabón tras otro, que van formando una cadena que rodea a la víctima hasta hacerla sentir demasiado atada a esa figura suprema, como para poder soltarse de ella.
Así las cosas, para la víctima tolerar el maltrato no es una elección entre otras, sino la única forma de no vérselas con lo que ella percibe como una amenaza todavía mucho más peligrosa: su incapacidad absoluta para desempeñarse en la vida.
Si lo queremos matematizar, podríamos decir que «el maltrato que es capaz de tolerar la víctima es directamente proporcional a su percepción de incapacidad para autosustentarse psíquica, emocional y económicamente en la vida«.
A la pregunta entonces acerca de «¿como aguanta tanto?», puede adicionarse esta otra: «¿porqué se siente tan incapaz de autorealizarse?»
Este giro diagnóstico es fundamental, ya que supone que para ayudar a la víctima, no alcanza con hacerle tomar conciencia del daño que sufre en manos de su agresor.
Lo esencial consiste en desarticular su rígido sistema de creencias respecto de su incapacidad, para luego acompañarla en la tarea de conectarse con sus deseos y sueños, que serán la fuerza impulsora del desarrollo de sus posibilidades para realizarse en su vida.
Y aquí es cuando nos topamos con el dilema principal: para realizar algún movimiento de este tipo es necesario que la víctima concrete algún tipo de corte en la relación con el agresor. Pero no es fácil pensar en un corte si antes la víctima no produce algún movimiento.
Una oportunidad estratégica suele darse cuando el agresor da un paso más en la escala de violencia, lo que a veces supone que la víctima percibe un grado de riesgo diferente, ante lo cual decide buscar ayuda. Aquí se reinicia el ciclo en donde el violento intentará recuperar seductoramente a su objeto.
Volviendo a nuestra hipótesis, si una vez producido el corte no se trabaja en los déficits subjetivos que hacen de la persona una potencial víctima -su historia-, es muy probable que en una futura relación vuelva a ocupar la misma posición ante la pareja. Pues no se trata solamente de ayudarla a que corte con esa relación violenta, sino de que asuma una posición ante la vida que le asegure no volver a creer que necesita ese tipo de relación para sobrevivir.
* Si aceptamos que la violencia es un sistema, no solo ha de hacerse foco en la situación de la persona que recibe el maltrato, sino en quien lo infringe. El narcisista también requiere de ayuda terapéutica, pues aunque las consecuencias que padece son mucho menos graves, es una persona dependiente de su necesidad de colonizar y avasallar a los otros. Lamentablemente son pocas las veces que intentan buscar ayuda.
Psic. Mariano Dicosimo.
Ilustración: Rodógrafo.