La Dependencia emocional puede definirse a grandes rasgos como una necesidad afectiva extrema que una persona experimenta ante otra, es decir, una persistente insatisfacción que se intenta cubrir enfermizamente con ese otro.
Pero más que una enfermedad o cuadro cuadro psicopatológico, la Dependencia Emocional es la
deformación o exageración de un tipo de relación bastante más frecuente de lo que se cree. Y para comprender ese tipo de relación bien sirve valerse de un mito bastante difundido en la sociedad: el Mito de Narciso, en el que Freud sustentó su concepto del narcisismo.
La mayoría de las personas habrán utilizado alguna vez el término
narcisista para referirse a aquellos que solo se desean a sí mismos, y de manera muy intensa por cierto.
Tomando como válida esta breve pero ilustrativa definición, lo que haremos es insertar junto a este narcisita
una segunda figura o función, la del espejista. ¿Y que es un espejista? Veamos que dice el mito de Narciso…
Narciso era un joven muy bello. Pero a diferencia de otros seres hermosos que sacan partido de su belleza para seducir a los demás, Narciso rechazaba con desdén a todas aquellas personas que se interesaban en él, puesto que nadie cumplía con los requisitos para estar a su altura. Debido a esa soberbia, un día Narciso fue condenado por los Dioses a sufrir su padecimiento más
temido: le fue prohibido poder reconocer su propia imagen.
Por su parte, Eco era una ninfa que debido a ser muy indiscreta, había sido condenada a no poder hablar por si misma, y debía conformarse solamente con repetir las últimas palabras que los otros dijeran.
Exiliados ambos en el bosque, un día se conocieron, y Eco se enamoró de él inmediatamente. Pero como era de imaginarse… Narciso la rechazó por considerar que no estaba a su altura. Eco quedó desconsolada, y se limitó a perseguir a su amado Narciso por donde este anduviera, tratando de ser aceptada de mil y una maneras, siempre con el mismo resultado: el rechazo.
Una mañana, Narciso se encontró solo y sediento frente a un tranquilo lago, y se acercó para beber un poco de agua fresca. Allí se encontró nada más y nada menos que con su propia imagen reflejada, la cual no reconoció como propia, porque como se dijo, tenía vedado reconocer su propia imagen, su propia belleza. Lo cierto es que el joven quedó fascinado con ese rostro que lo miraba desde el lago, y enamorado
perdidamente decidió hablarle: “Que bello eres”, dijo Narciso creyendo que le hablaba a otro.
Y Eco, que había decidido vengarse de Narciso por tantos desengaños causados, aprovechó para hacer lo único que se le tenía permitido: repetir las palabras que dijeran otros, porque no tenía voz propia. Escondida detrás de una roca, repitió: “Que bello eres”. Deslumbrado, Narciso no reparó en el engaño, y efectivamente creyó que el supuesto joven que lo miraba desde el lago le declaraba su amor.
En este punto de la historia es donde Eco y Narciso quedan enganchados en la dependencia emocional. Porque Eco se autocondena a ser simplemente el sostén -con su voz- de la imagen de un Narciso que ni siquiera registra que ella está allí. Y por su parte, Narciso queda entrampado en la ilusión de una
perfección que no existe; ya que no hay en el lago un otro real que lo desea, sino un reflejo, una imagen en el agua.
Pero la historia no termina allí: “Ven aquí, conmigo”, suplicó Narciso desesperado. Eco repitió, desde la impunidad de su roca: “Ven aquí conmigo”, ante lo cual Narciso -creyendo que la imagen del lago
lo llamaba-, se lanzó a lo profundo y murió ahogado al tratar de abrazar su propia imagen.
Este relato nos advierte sobre un aspecto que no suele ser tenido en cuenta cuando se habla de dependencia emocional: no es un integrante de la pareja el que depende del otro, sino los dos. Solemos poner el acento en Eco, es decir, en la persona dependiente que pierde su propia voz, su identidad, sus ideas, con tal de ser amada o al menos reconocida por ese otro que la rechaza y hace sufrir.
Es cierto, Eco lleva la peor parte… porque anula su propia imagen y funciona como un espejo que se limita a reflejar y reafirmar todo lo bello que es Narciso. Pero cuidado, que el Narcisista también depende complementariamente y
necesita de ese otro espejista que le reafirme ciega y permanentemente su propia grandeza. Por eso un trata de no dejarlo ir, aunque sin demostrar interés.
Si volvemos al mito, Narciso jamás hubiera querido que Eco deje de mentirle desde su escondite
en las rocas, porque ella sostenía su ilusión. Es más: si Narciso resucitara se volvería a caer mil veces en el
mismo lago, fascinado por el engaño.
Vemos entonces parejas en donde uno de los dos parece no tener una propia vida, sino que la somete al diseño y deseo del otro, quien a su vez nunca está conforme y lo critica por no estar a la altura. Lo cierto es que en este tipo de relaciones, en verdad ninguno disfruta. El espejista jamás puede sentirse amado por lo que en sí mismo es, y el Narcisista solo desea obtener desesperadamente para sí mismo una imagen perfecta que jamás consigue, porque desde el vamos está fallida, ante lo cual suele culpar al otro de ser un mal espejo.
Lo que se juega en estas parejas, es un posicionamiento filosófico ante el amor, a partir del cual se espera que el otro sea alguien que nos complete, que rellene nuestros huecos, que corrija nuestras fallas, alguien para mi, en lugar de alguien que está conmigo.
Psicólogo M. Dicosimo.